Un joven miliciano que deserta del bando franquista para pasar al republicano nos cuenta sus experiencias en la guerra. Un chico de pueblo que, sin saber bien cómo, se ve absorbido por esta batalla que le trastoca la vida. Un Esperando a Godot en solitario y ambientado en plena guerra civil.
​
Con toques de humor y con tintes dramáticos, Francisco Redondo se sentará en su trinchera a leer las cartas de su Charito. Mientras tanto, divaga y sueña con un futuro mejor. Crueldad, pasiones, soledad, humillación, dolor y dureza, alegrÃa y nostalgia,... Sentimientos que recoge este miliciano que lo único que pretendÃa era demostrar que podÃa ser ese hombre que la sociedad le exigÃa.
EL AUTOR
El teatro debe servirnos de advertencia, de admonición, de reflexión, de crÃtica, y no deberÃa avergonzarnos hablar de nuestra historia como una exhortación. Si un estadounidense habla de Iwoyima, de Pearl Harbor o de NormandÃa lo hace henchido de un sentimiento patriótico que termina siendo engrandecido en cualquier memorial, en cualquier monumento; mientras nosotros, no se sabe muy bien por qué razón atávica, cualquier relato sobre nuestro pasado parece un ataque directo de unos contra los otros. Miliciano nace de la necesidad de recordar un periodo devastador de nuestra propia historia; no para ajustar cuentas sino para invocar lo que nunca deberÃa repetirse, como se repiten los enfrentamientos entre sunÃes y chiÃes, entre tutsis y hutus, entre coreanos del norte y del sur, entre israelÃes y palestinos, con un desmedido afán destructivo e irracional.
Miliciano podrÃa haber sido cualquier soldado, podrÃa haber llevado un uniforme confeccionado a medida y no retales de ropa, podrÃa haber tenido un cuerpo más fornido, podrÃa haber sido más agraciado en la vida y, sin embargo, nada de eso nos hubiera servido para la intención dramática que proponemos, una especie de Esperando a Godot en solitario, inmersa en la desesperación de estar solo frente a lo desconocido, en un proceso de reflexión que va de la camaraderÃa al espanto, en ese amplio registro que supone una guerra.
Además, la imagen que tomó Robert Capa de aquel miliciano cayendo derrotado por una bala era una idea insistente que se fue haciendo más presente a medida que el texto iba creciendo; esa idea del maquis que anda suelto por el monte, desaliñado, vestido con ropajes sobrantes, con un cordel grueso por cinturón y un pantalón y una camisa amplias, de otro número, de otro cadáver. PodrÃa haber sido cualquier otro soldado de cualquier otro bando, pero este Miliciano estaba llamado a perder desde un principio. A esperar y a perder, porque la idea de la soledad se acentúa con la espera de una salida de la trinchera que parece que nunca llega.